Richard Falk, judío y estadounidense, relator especial de la ONU, lo ha dicho con enorme fuerza moral y dignidad intelectual: los ataques masivos, aéreos y terrestres, de Israel sobre la Franja de Gaza constituyen graves y masivas violaciones a las reglas de la guerra, la Carta de las Naciones Unidas y las leyes internacionales humanitarias de las Convenciones de Ginebra. También de las normas específicas que prohíben el castigo colectivo contra el millón y medio de palestinos que viven en Gaza, que no militan en Hamas ni tienen cómo defenderse. Y han producido, sostiene Falk, crímenes contra la humanidad. Ha pedido un Tribunal Internacional que juzgue a los responsables, similar al de Rwanda.
No existe justificación alguna para la guerra unilateral e ilegal que ha desatado Israel. Hamas es un movimiento extremista. Como lo es también el extremismo de derecha israelí que ha decidido esta guerra despiadada. Ambos fueron elegidos democráticamente por sus pueblos. Ninguno tiene legitimidad para exterminar al otro. No lo justifican tampoco los ilícitos disparos de cohetes artesanales por parte de Hamas a territorio israelí.
La reacción internacional ha rayado casi con la complicidad. La Resolución 1080 aprobada finalmente por el Consejo de Seguridad, con la abstención de Estados Unidos, es positiva, pero tardía y sólo se limita a “llamar” al cese del fuego, no lo exige ni lo determina, pudiendo haberlo hecho conforme a sus facultades. Israel ha desairado al Consejo y actúa en rebeldía.
Como ha señalado Mario Vargas Llosa en ‘El País’, “los cadáveres y ríos de sangre de estos días sólo servirán para sembrar más resentimiento”. Esta frase barrunta la insensatez extrema del ataque: lo más probable es que Hamas se fortalezca y la Autoridad Nacional Palestina se debilite aún más; Hamas no desaparecerá ni su capacidad de fabricar y lanzar cohetes artesanales se detendrá; se ha roto el rompecabezas del precario equilibrio en la zona y se fortalecerán los sectores más radicales; se han dinamitado los esfuerzos turcos para acercar a Israel y Siria, que eran promisorios. El jefe del gobierno turco, lacónicamente lo ha sentenciado: “Olmert me ha traicionado y ha dañado el honor de Turquía”. Las consecuencias en el Líbano ya se sienten y los gobiernos árabes más moderados, abiertos a Israel, se ven cada día más enfrentados a sus pueblos que abrazan compungidos e impotentes la causa de Palestina.
El poeta israelí Jonathan Geffen ha publicado en la prensa conservadora de Tel Aviv un artículo en el que expresa el sentimiento israelí contrario a la acción del gobierno de Olmert: “Una vez más, nosotros hacemos la única cosa que parece sabemos hacer: una masacre en masa que termina siempre percibida como una suerte de genocidio (perdónenme la expresión)…”.
Fuente: La PRIMERA (12 de enero de 2009)