lunes, 19 de abril de 2010

Columna:

La OEA y los gobiernos miembros de la OEA

(Fuente: La Primera, 29 de marzo de 2010) En el año 2001 cuando asumí el cargo de Representante Permanente ante la OEA, la organización, como casi siempre, era tildada de vetusta e inoperante. Meses antes, el embajador Javier Pérez de Cuéllar, Presidente del Consejo de Ministros, incluyó en su discurso de presentación ante el Congreso un párrafo que anunciaba al país que se presentaría una iniciativa ante la OEA para negociar y aprobar una Carta Democrática Interamericana.
Recibimos muchas opiniones contrarias sobre la viabilidad del proyecto. “La OEA es un elefante imposible de mover”. “Un nuevo régimen de protección internacional de la democracia es inviable de negociar con gobiernos como el del presidente Chávez”. “Los mecanismos de negociación son paquidérmicos, el intento demorará diez años y en el camino se diluirá”. Pero todas tenían dos debilidades. Ignoraban el papel decisivo que puede tener el liderazgo en los procesos y negociaciones internacionales. Y, especialmente, la famosa enseñanza de Alberto Lleras reseñada por Jorge Basadre en Apertura: “Al anunciar que se retiraba, ante la Décima Conferencia Interamericana de Caracas, volvió a decir que la Organización no era un vigésimo segundo integrante de la familia hemisférica y que por eso no era ni buena ni mala en sí misma sino lo que los gobiernos miembros querían que fuere y no otra cosa”.
Lo que quiso decir Lleras es que sin iniciativa, liderazgo, compromiso y determinación político-negociadora de uno, varios o todos los gobiernos que forman parte de una organización, ésta se anquilosa y debilita. La voluntad política, bien orientada y con las suficientes alianzas, siempre se impone a la inercia. El método: cambiar la correlación de fuerzas y en la negociación un poco de “imaginación sociológica” al decir de Wright Mills.
El Perú -en esa línea de pensamiento- decidió no presentar la iniciativa de la Carta al Consejo Permanente, la gran maquinaria pesada sin motores de la OEA, sino en el máximo nivel de decisión política de los gobiernos: la Tercera Cumbre de las Américas que se realizó en Quebec, entre el 20 y el 22 de abril de 2001. Un procedimiento absolutamente heterodoxo, pero no imposible. Toda negociación tiene un margen de incertidumbre, pero también de viabilidad.
Javier Pérez de Cuéllar presentó un párrafo, de origen peruano, en el que los jefes de Estado encomendaban a la OEA la negociación y aprobación de la Carta Democrática Interamericana. Fue un calculado riesgo. Antes de presentar la iniciativa ya se había reunido una masa crítica de voluntades políticas que la hacían probablemente viable. El párrafo fue aprobado y se dio un mandato a la OEA. Sólo cinco meses después, luego de una ardua negociación, la Carta Democrática Interamericana fue aprobada, en Lima, el 11 de setiembre de 2001. El liderazgo y la voluntad política de los gobiernos, en el pensamiento de Lleras, se había impuesto al prejuicio de la inercia y el inmovilismo de la OEA.
La historia demuestra, así, que la reforma y la eficacia de la OEA es una cuestión de liderazgo y voluntad política de los países miembros o de algunos de ellos. Y, obviamente, del secretario general que tiene la capacidad de generar lo primero y que posee, dentro de sus propias competencias, márgenes amplios para asumir su propio liderazgo e iniciativa. Todos en la región esperamos que José Miguel Insulsa los ejerza en su segundo mandato.